El Tabaco Apesta
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El alcohol es una droga. Como tal, el alcoholismo tiene elementos comunes a otras adicciones, como son, por ejemplo, que éste provoca adicción física, psicológica y tolerancia, y su retirada causa síndrome de abstinencia.
Otra circunstancia común a todas las adicciones es que la persona generaliza e interioriza una serie de mitos sobre el alcohol. Argumentarios, bulos y afirmaciones falsas para «auto-convencerse», que a lo único a lo que llevan es a engañarse y a negar la realidad que le arrastra hacia un verdadero problema.
En este área desarrollaremos las respuestas a ciertos mitos sobre el alcohol para que una persona pueda tomar una decisión bien formada sobre esta droga:
A menudo es precisamente el que bebe alcohol el que acaba fastidiando la fiesta, provocando conflictos, llorando, vomitando, etcétera.
En pequeñas dosis, el alcohol puede hacerte sentir más lanzado, pero en realidad no mejora las relaciones sociales ya que se trata de una falsa sensación de euforia que te hace hablar mucho pero no te deja escuchar.
Además, es muy complicado quedarse «con el punto» y medir el nivel de alcohol. Puedes pasarte y hacer cosas ridículas o violentas que te hagan quedar peor. Puedes acabar necesitando beber siempre que quieras relacionarte. ¿No prefieres ser valiente y mostrarte tal como eres?.
Lo mejor que puedes hacer es tener la mente clara y limpia para afrontar tus problemas de la forma más rápida y sencilla posible. Beber sólo conseguirá hundirte más y multiplicar tus problemas y, encima, no solucionará tus problemas anteriores. El alcohol puede reducir la ansiedad y el nerviosismo pero sólo de forma momentánea. Con el tiempo, suele producir más ansiedad, tristeza, depresión y el resto de los efectos típicos del síndrome de abstinencia.
La presencia de comida en el estómago hace algo más lenta la absorción del alcohol, pero el daño es idéntico. Además, por tardar más en apreciarse sus consecuencias, a menudo se bebe más y después la intoxicación etílica es más grave y peligrosa.
Absolutamente falso. La única condición necesaria para desarrollar alcoholismo es habituarse a consumir alcohol en exceso.
El alcoholismo no está fijado por la cantidad ingerida de alcohol en un periodo determinado de tiempo: personas afectadas por esta enfermedad pueden seguir patrones de comportamiento muy diferentes, existiendo tanto alcohólicos que consumen a diario, como alcohólicos que beben semanalmente, mensualmente, o sin una periodicidad fija, si bien el proceso degenerativo tiende a acortar los plazos entre ingesta e ingesta. Si quieres saber qué factores determinan si una persona es o no alcohólica, visita nuestra definición de alcoholismo.
Falso. Lo que realmente ocurre es que el que bebe no nota la sensación de embriaguez aunque sí esté intoxicado y bebe más, con lo que el riesgo es doble. La explicación es sencilla: el alcohol es un depresor y las bebidas energéticas contienen estimulantes que contrarrestan su efecto. Si quieres conocer más sobre los riesgos de este tipo de combinaciones, visita nuestro monográfico Alcohol y bebidas energéticas.
También es falso. Shakespeare lo resumió muy brillantemente diciendo que el alcohol «provoca el deseo, pero frustra la ejecución». Se cree que consumo de alcohol puede resultar gratificante y hasta ventajoso para quienes necesitan envalentonarse antes de tomar decisiones. Luego, la realidad es que el alcohol acaba echando a perder cualquier plan u oportunidad. La sexualidad, por ejemplo, es una de las áreas a la que más daña el alcohol. Por pequeña que sea la cantidad que se ingiera, esta sustancia puede llegar a disminuir la función sexual debido a que incide y suprime directamente el Sistema Nervioso Central (SNC), que es la fuente y origen de cualquier deseo sexual y que también regula las funciones sexuales y de erección en el hombre, entre otras tareas.
Absolutamente cierto. ¡Y de qué manera!. Por sí solo, el alcohol engorda aún más rápido que cualquier otro alimento y encima no aporta ningún tipo de nutrientes. Hay varias razones: por un lado, el alcohol es químicamente similar al azúcar y el azúcar es, después de los lípidos, el alimento más rico en calorías. Además, el cuerpo asimila el alcohol como si de veneno se tratara. Naturalmente el cuerpo necesita deshacerse de él lo antes posible y por ello cataboliza el alcohol de forma preferente.
Desafortunadamente, con las calorías originadas por la catabolización del alcohol a menudo se cubre una gran parte de las necesidades energéticas diarias. El resto de calorías, entonces, no se queman nunca sino que se almacenan en forma de grasa corporal.
Además de ello, nos encontramos con que el alcohol de alta graduación no suele ingerirse solo, sino que se suele acompañar con refrescos y jarabes que aumentan exageradamente la aportación calórica al organismo.
Otra práctica habitual es acompañar bebidas alcohólicas como vino o cerveza con tapas y entrantes que siguen sumando a tu organismo calorías que después no va a necesitar «quemar».
Falso, absolutamente falso. Recientemente han aparecido en el mercado bebidas que se venden como inhibidores del alcohol. Se promocionan diciendo que «eliminan el alcohol en sangre» pero es totalmente mentira.
Los síntomas de la borrachera (como mareos, vómitos, problemas en el habla y en la coordinación de movimientos…) son la forma en la que el cuerpo avisa del nivel de intoxicación al que está llegando. La realidad es que, al igual que ocurre con las bebidas energéticas, esta bebida elimina ciertos síntomas de la intoxicación etílica, pero el nivel de alcohol en el organismo sigue siendo exactamente el mismo, hacen falta horas para eliminar todo el alcohol del cuerpo. Así pues, el riesgo es muy grande porque al eliminar los síntomas de embriaguez, la persona no percibe lo intoxicado que se encuentra tiene una falsa sensación de control y bebe más o se aventura a conducir, con el grandísimo riesgo que todo esto supone.